AMENAZAS DE LA ESPECIE
Factores de mortalidad
En los últimos 70 años las poblaciones de conejo en la Península Ibérica han descendido en más del 90% por el efecto de los cambios producidos en los usos del suelo y las enfermedades. En base a los datos analizados en su última evaluación, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) ha declarado a la especie en “peligro de extinción” en el año 2019.
Originalmente el conejo era muy abundante en la toda la Península Ibérica. Sin embargo, el efecto de dos enfermedades víricas; la mixomatosis y la enfermedad hemorrágica del conejo (EHV), redujeron considerablemente las poblaciones.
Otro factor que ha incidido negativamente en la distribución del conejo es el deterioro del hábitat. Incluso antes de la aparición de la EHV, el cambio en el uso de los suelos, el abandono de las prácticas tradicionales de la gestión del matorral, la intensificación de la agricultura en algunas zonas de la Península o la concentración parcelaria han afectado negativamente a las poblaciones.
ENFERMEDADES
LA MIXOMATOSIS
Esta enfermedad actualmente se ha convertido en una enfermedad endémica, aunque su virulencia muestra un decremento progresivo con el paso del tiempo. Es cierto, que la mixomatosis sigue ocasionando muertes directas de conejos, pero las indirectas son mucho más importantes debido a la incapacidad de los ejemplares enfermos para reaccionar ante los predadores o incluso buscar alimento. Los conejos infectados también son muy vulnerables ante otros agentes infecciosos, ya que la mixomatosis causa una fuerte inmunodepresión y facilita la aparición de enfermedades infecciosas secundarias.
La enfermedad se detecta por primera vez en España en 1953 y al año siguiente comienza a propagarse, saltando a casi todas las provincias españolas en 1955 y produciendo elevadas tasas de mortalidad. Causada por un virus – mixomavirus, Poxviridae – la enfermedad puede transmitirse por contacto directo entre los animales, aunque la vía de infección más eficiente en el campo es a través de pulgas o mosquitos que pican a un animal infectado y posteriormente transmiten la enfermedad a otros conejos mediante la picadura. Las garrapatas, al contrario del pensamiento popular, no transmiten la enfermedad.
Con todo, la época de máxima incidencia de la enfermedad es aquella en la que tanto mosquitos como pulgas muestran sus picos poblacionales y de actividad más elevados: la primavera en el caso de las pulgas y finales de la época estival en el caso de los mosquitos.
La enfermedad, que produce un abultamiento característico en la piel, al que siguen otros cuando el virus se extiende por el torrente sanguíneo (formando mixomas secundarios, edemas en cabeza y párpados, y una característica conjuntivitis con pus), puede afectar a conejos de cualquier edad. Sin embargo, los adultos infectados desarrollan formas crónicas menos virulentas. En el caso de los ejemplares jóvenes se desarrollan cuadros agudos con una elevada tasa de mortalidad, salvo en los muy jóvenes que adquieren anticuerpos mediante la leche materna, por lo que quedan parcialmente inmunizados. Otra forma de inmunidad adquirida sería la genética tras la copulación de hembras reproductoras con machos inmunes y el paso de esta inmunidad a la descendencia.
En poblaciones con un elevado número de animales jóvenes, la enfermedad puede matar a más del 50% de la población.
LA ENFERMEDAD HEMORRÁGICA DEL CONEJO (EHV)
La EHV también está causada por un virus – calicivirus – y se transmite por contacto directo entre animales sanos e infectados. Durante los últimos años se han encontrado diferentes cepas víricas, con diferente distribución geográfica y virulencia, por lo que resulta fundamental no realizar translocaciones con conejos procedentes de zonas alejadas de los lugares de suelta con el fin de no exponer a los conejos a cepas diferentes de aquellas a las que están habitualmente expuestos en cada zona.
La enfermedad apareció en la Península Ibérica en la década de los 80 produciendo mortalidades de entre un 50 y un 80% en las poblaciones previamente perjudicadas por la mixomatosis. Algunos estudios apuntan que en el centro – sur de España el declive de las poblaciones afectadas por la EHV continuó en el 73,4% de las poblaciones estudiadas algunos años después de la aparición de la enfermedad (Delibes-Mateos et. al 2008).
Los síntomas de la enfermedad son internos y afectan principalmente al hígado y, dependiendo de la gravedad de la afección, pueden matar al conejo de forma fulminante. Los síntomas externos, al contrario que en la mixomatosis, son menos evidentes, pero ocasionalmente pueden apreciarse hemorragias en la nariz y en la región anal.
Con las cepas clásicas de la enfermedad, los gazapos de pocas semanas de edad eran prácticamente inmunes a la misma, mientras que los adultos morían en casi el 100% de los casos. Actualmente, con la aparición de nuevas cepas, adultos y gazapos se ven afectados en primavera (desde el año 2012). Los conejos pueden adquirir una inmunidad limitada a través de la leche materna o bien si desarrollan la enfermedad y sobreviven a la misma, la inmunidad no es duradera y tiene un tiempo límite (de 6 – 8 semanas en el primer caso y hasta un año en el segundo).
Con todo, en 2011 – 2012 se detectó en España y Portugal una nueva cepa procedente de Francia diferenciada genéticamente de la EHV clásica. Esta variante también afecta a conejos jóvenes y gazapos, a pesar de que se trata de animales inmunizados contra la cepa clásica. La mortalidad asociada a esta cepa ha sido muy elevada y ha supuesto un freno en poblaciones de conejo que parecían estar en recuperación.
A pesar de los esfuerzos realizados, quedan aún muchas incógnitas sobre la transmisión de la enfermedad, su funcionamiento, la diseminación de los virus y el papel de los vectores y reservorios de la enfermedad. Entre los posibles problemas en la diseminación de los virus podemos señalar: el transporte de los virus por parte de aves carroñeras, rapaces y carnívoros terrestres tras la ingesta de conejos enfermos y el papel del hombre al realizar translocaciones.s
DEPREDACIÓN
La mortalidad más elevada la sufren los ejemplares jóvenes, seguida por los gazapos y finalmente los adultos. La mortalidad juvenil supone, por lo tanto, un auténtico cuello de botella para las poblaciones de conejo. En este sentido, es importante señalar que los conejos sufren importantes pérdidas en la época de cría, cuando los conejos recién nacidos permanecen en las gazaperas que la madre excava en el interior del vivar principal o sus alrededores. Las madrigueras de cría son activamente buscadas por depredadores como el zorro, el jabalí o especies de reptiles, que acceden a las cámaras excavando.
La depredación es un fenómeno natural, por lo que las condiciones de equilibrio no suponen un riesgo para el mantenimiento de la población. Sin embargo, el incremento de depredadores generalistas sumado al deterioro del hábitat en algunas zonas de la Península Ibérica y el impacto de las enfermedades previamente mencionadas, han situado a muchas poblaciones a niveles bajísimos de abundancia. En estos casos, la depredación sí que actúa como un factor limitante de la recuperación de niveles de abundancia y conforma lo que se ha venido denominando la “trampa o pozo de la depredación”.
DESEQUILIBRIO DEL ECOSISTEMA
Son numerosos los trabajos que han estudiado las relaciones entre el conejo y su hábitat, así como entre el conejo y otras especies – bien sean competencia directa por el alimento, bien de depredación.
La disponibilidad de un refugio adecuado, agua y alimento de calidad son los factores que determinan la calidad del hábitat para el conejo. Como hemos visto, el refugio lo proporcionan suelos profundos, blandos y fácilmente excavables. La disponibilidad de refugio parece ser uno de los factores clave de la densidad de la población.
El hábitat, además del refugio, debe proporcionar agua y alimento. Los conejos necesitan proteínas de calidad y agua que obtienen de la ingesta de pasto verde en crecimiento. El alimento abundante y de buena calidad, diverso y con especies que presentan diferentes ciclos de germinación y crecimiento, permite a los conejos periodos de cría más largos y productivos.
El modelo óptimo de hábitat que necesitaría el conejo silvestre fue descrito en 1993 y presentaría las siguientes características:
- Estaría situado en la mitad meridional de la Península Ibérica, con una altitud inferior a 900m y presentaría un clima típicamente mediterráneo. El terreno sería levemente ondulado y sin grandes pendientes. Los suelos deberían ser blandos para permitir la excavación de madrigueras.
- La fisionomía general del terreno sería similar a una dehesa: con abundantes manchas de matorral que proporcionen una cobertura efectiva para el conejo. La cobertura de árboles sería baja, alrededor del 25%, sin ser determinante. La cobertura de matorral si resultaría fundamental: debería ser abierto, ocupando aproximadamente un 40-50% de la superficie y alternando con claros donde predominen pastizales naturales, pequeñas parcelas de cultivo, arroyos o fuentes, zonas de rocas y suelo desnudo.
- Es posible la convivencia entre conejos y ganado o ungulados silvestres, siempre que las densidades de los segundos no sean elevadas y no generen una situación de sobrepastoreo, pisoteo o desaparición de la cobertura vegetal hasta niveles elevados o de competencia por el alimento. En términos generales y salvo excepciones, las fincas de caza mayor mantienen densidades elevadas de ungulados y especialmente de jabalíes, lo que puede suponer un problema grave para la consolidación de nuevas poblaciones de conejos.
Aunque conocemos el hábitat ideal para el conejo, en las últimas décadas dicho hábitat se ha visto fuertemente alterado por los cambios de uso del territorio y más modernamente, por las líneas marcadas por la Política Agraria Comunitaria. De hecho, numerosos autores mantienen que uno de los factores más importantes a la hora de explicar el declive de las poblaciones de conejo en la Península Ibérica (junto con las enfermedades) es el cambio de usos del territorio.
Estos cambios se resumen en dos tendencias diferenciadas y opuestas:
- En amplias zonas de sierra y de escasa rentabilidad agrícola o ganadera se ha producido un efecto de abandono del campo y de “matorralización” del mismo.
- En otras áreas, eminentemente agrícolas, se ha producido un fenómeno de desaparición de la agricultura extensiva tradicional, con ciclos agrícolas largos y de baja intensidad y que mantenía un paisaje en mosaico con manchas de matorral o forestales, linderos, ribazos, cunetas y arroyos, así como barbechos y eriales que favorecen a la fauna en general, así como al conejo.
Dicho paisaje tradicional, con la moderna PAC, ha cambiado para aumentar la productividad de los cultivos mediante la reducción de la superficie dedicada al cereal extensivo, el incremento de la superficie dedicada al regadío, la eliminación del paisaje no productivo y un mayor uso de abonos, productos químicos y semillas blindadas que tienen un efecto negativo sobre la fauna de dichos agrosistemas.
En el caso del conejo, se une la falta de sustratos en los que excavar sus madrigueras, y la sobrecaza al estar considerado como especie plaga que afecta negativamente a los cultivos en algunas zonas de la Península Ibérica.
En este sentido, la mayor parte de las actuaciones de mejora del hábitat de conejo se realizan en zonas en las que las abundancias de conejo no son muy altas y el hábitat no es el idóneo. Estas áreas no tienen mucho que ver con las zonas agrícolas de campiña, en las que el conejo tiene abundancia de cultivos o regadíos para alimentarse y donde el refugio puede ser el factor limitante debido a la intensificación de la agricultura, la falta de manchas de bosque o matorral etc.
El proyecto LIFE Iberconejo es, por tanto, un paso indispensable para que las poblaciones de conejo se estabilicen y recuperen su papel clave en el ecosistema, fomentando, a su vez, que la especie clave mediterránea no cause daños a la agricultura.